GRAMSCI: HEGEMONÍA Y CONTRAHEGEMONÍA

Un análisis sobre dos conceptos del pensador italiano Antonio Gramsci.

Antonio Gramsci por David Levine
Antonio Gramsci (1891 – 1937)

Hegemonía y contrahegemonía son dos conceptos teóricos desarrollados por el pensador italiano Antonio Gramsci. El término hegemonía tiene su raíz etimológica en la palabra griega eghesthai que significa “conducir”, “guiar”, “comandar”. Hegemonía no debe confundirse con dominación. Por dominación, Gramsci entiende el uso o la amenaza de coerción, de imponer el orden mediante la fuerza física a través de la policía o el ejército. Pero Gramsci sostiene que una sociedad no se puede mantener ordenada solamente bajo la amenaza de la fuerza física. Aquí entra en juego el concepto de hegemonía. Las clases dominantes construyen su hegemonía para controlar a las clases dominadas a través de la imposición de un conjunto de significados, percepciones, explicaciones, valores y creencias de ese sector que serán vistos como la norma. La hegemonía es “un proceso de dirección política e ideológica en el que una clase o sector logra una apropiación preferencial de las instancias de poder en alianza con otras clases, admitiendo espacios donde los grupos subalternos desarrollan prácticas independientes y no siempre funcionales para la reproducción del sistema” (GARCÍA CANCLINI, 1984). “Este concepto general de hegemonía se constituye, en el pensamiento de Gramsci, a través de la diferenciación de las funciones de la dirección respecto de las funciones del dominio. ‘La supremacía de un grupo social –escribe Gramsci- se manifiesta de dos modos, como ‘dominio’ y como ‘dirección intelectual y moral’. Un grupo social es dominante de los grupos adversarios, a los que tiende a ‘liquidar’ o a someter incluso con la fuerza armada, y es dirigente de los grupos afines y aliados. Un grupo social puede y, aún más, debe ser dirigente ya antes de conquistar el poder gubernativo (ésta es una de las condiciones principales para la propia conquista del poder); después, cuando ejercita el poder, e incluso si lo tiene fuertemente empuñado, se convierte en dominante pero debe continuar siendo también ‘dirigente’’ (BARATTA y CATONE, 1995: 144). La hegemonía logra consolidar un bloque hegemónico donde las clases sociales se encolumnan detrás del proyecto de la clase dirigente sostenidas en dos ámbitos: la sociedad política y la sociedad civil. En la sociedad política se instrumenta el control, se organiza la dominación a través de la fuerza, a partir de la administración del gobierno y el control de Estado, las instituciones políticas, los aparatos de justicia con su sistema penal y las fuerzas armadas y la policía. Mientras que la sociedad civil a través de sus instituciones y organizaciones privadas dicta ese conjunto de significados, percepciones, explicaciones, valores y creencias, mencionados anteriormente, moral e intelectualmente correctos según la perspectiva del bloque histórico dominante. En esta esfera se impone el consenso sobre esta cosmovisión desde el arte, la educación, los medios masivos de comunicación, la filosofía, la religión y la cultura.

Esta hegemonía cultural, que permite ampliar el horizonte o los alcances de la dominación más allá del control de los aparatos represivos del Estado, se articula mediante mecanismos tales como el sistema educativo, las instituciones religiosas y los medios de comunicación. “Familia, iglesias, escuelas, sindicatos, partidos, medios masivos de comunicación, son algunos de estos organismos, definidos como espacio en el que se estructura la hegemonía de una clase, pero también en donde se expresa el conflicto social. Porque la caracterización de una sociedad como sistema hegemónico no supone postular un modelo absolutamente integrado de ésta: las instituciones de la sociedad civil son el escenario de la lucha política de clases, el campo en el que las masas deben desarrollar la estrategia de la guerra de posiciones” (PORTANTIERO, 1994: 131). A través de estos mecanismos es que se realiza esta imposición de valores, creencias y significados de forma que los dominados conciban como natural este sometimiento y puedan apropiarse de esta forma “correcta” de ver el mundo, neutralizando así su capacidad e ímpetu revolucionario. Surge aquí la figura del intelectual orgánico. El intelectual orgánico al bloque histórico dominante puede ser un profesor, un cura, un erudito, un comunicador, un escritor. Su función es la de trabajar en las distintas organizaciones culturales y en los partidos políticos dominantes para asegurar el consentimiento de las clases dominadas al proyecto del bloque histórico preponderante. “Estas funciones son, precisamente, organizativas y de conexión. Los intelectuales son los «empleados» del grupo dominante a quienes se les encomiendan las tareas subalternas en la hegemonía social y en el gobierno político; es decir, en el consenso «espontáneo» otorgado por las grandes masas de la población a la directriz marcada a la vida social por el grupo básico dominante, consenso que surge «históricamente” del prestigio -y por tanto, de la confianza- originado por el grupo prevalente por su posición y su papel en el mundo de la producción; y en el aparato coercitivo estatal, que asegura “legalmente” la disciplina de los grupos activa o pasivamente en “desacuerdo”, instituido no obstante para toda la sociedad en previsión de momentos de crisis de mando y de dirección, cuando el consenso espontáneo declina” (GRAMSCI, 1967).

A continuación voy a comentar sobre algunas precauciones útiles. El académico argentino Néstor García Canclini, en su artículo “Gramsci con Bourdieu”, realiza una aproximación crítica al uso del concepto de hegemonía y del “uso simplificador o excluyente de dos o tres esquemas desgajados del universo gramsciano”. Una cuestión que a veces se tiende a pasar por alto en el intento de contraponer radicalmente conceptos y estudiarlos desde una oposición binaria que limita el estudio de sus interacciones y rasgos en común, es el hecho de que para instaurar y sostener una hegemonía, es imprescindible que esta resida en un acuerdo, en un vínculo de prestaciones mutuas entre las clases dominantes y las clases dominadas. Cuando los subalternos prestan su consenso al proyecto político de las clases dominantes es porque encuentran en la acción hegemónica distintas utilidades o satisfacciones a sus necesidades. Estos acuerdos, compromisos o alianzas que sostienen la hegemonía y la legitimidad otorgada por los subalternos, pueden cobrar la forma de un aumento de sueldo, servicios de salud, educación o seguridad social, por citar algunos ejemplos. Pero no solamente en realizar acuerdos o compromisos se basan las concesiones que otorga la clase dominante a los subalternos. Imposibilitada de incorporar a todos los sectores al sistema de producción capitalista, la clase hegemónica debe, inevitablemente, aceptar que los sectores más desfavorecidos o excluidos de este sistema se inclinen a la búsqueda de otras vías para satisfacer sus necesidades. Canclini cita como ejemplos los casos de la producción artesanal, las fiestas populares o la medicina tradicional. Atendidos ciertos reclamos, realizadas algunas concesiones y permitiendo la realización de algunas prácticas y manifestaciones, la posibilidad del surgimiento de una conciencia de clases se ve anestesiada.

Otro aporte interesante realizado por Canclini al estudio de la hegemonía es no situar a esta como propiedad de una clase o un ámbito que cumple tal o cual grupo y reclama su potestad absoluta, aunque esto resulte tan sencillo como tentador. Es importante analizar la hegemonía como instancia, como dispositivo y no limitarse a catalogar a movimientos, grupos o prácticas solamente en hegemónicas o contrahegemónicas. “No existen sectores que se dediquen full time a construir la hegemonía, otros entregados al consumismo y otros tan concientizados que viven sólo para la resistencia y el desarrollo de una existencia popular alternativa”(GARCIA CANCLINI, 1984).

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La crisis de hegemonía se suscita cuando la clase dirigente se ve incapacitada de brindar respuestas o soluciones a los problemas colectivos y así ve socavado el consenso sobre su concepción de mundo. Disminuidas las fuerzas productivas, el proyecto hegemónico se estanca y las clases subalternas profundizan las contradicciones del proyecto hegemónico buscando generar las condiciones para un cambio, para hacer emerger un nuevo bloque histórico que los encuentre dirigentes y, ya no, dirigidos. “Todo orden hegemónico es susceptible de ser cuestionado por prácticas contrahegemónicas que intentan desarticularlo, con el fin de instalar otra forma de hegemonía. Resulta claro que, una vez que concebimos la realidad social en términos de prácticas hegemónicas, el proceso de crítica social característico de la política radical ya no puede consistir en retirarse de las instituciones existentes, sino en comprometerse con ellas, con el fin de desarticular los discursos y prácticas existentes por medio de los cuales la actual hegemonía se establece y reproduce, y con el propósito de construir una hegemonía diferente”, afirma la politóloga belga Chantal Mouffe en su artículo denominado “Crítica como intervención contrahegemónica”. Cuando Mouffe se refiere a la desarticulación de los discursos y prácticas hegemónicas comprometiéndose con las instituciones existentes se refiere a lo que Gramsci llamaba “la guerra de posiciones”. Librar una guerra de posiciones, sin situar al poder en un único lugar sino diseminado en trincheras, desde una multiplicidad de lugares conectando movimientos sociales, sindicatos y partidos políticos, es decir, basada en una voluntad colectiva con el fin de transformar a las instituciones será la tarea de un bloque histórico alternativo.

El concepto contrahegemonía da cuenta de los elementos para la construcción de la conciencia política autónoma en las diversas clases y sectores populares. Plantea los escenarios de disputa en el paso de los intereses particulares hacia los intereses generales, como proceso político clave hacia un bloque social alternativo. “Si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social. De ahí que la creación de un nuevo intelectual asociado a la clase obrera pasa por el desarrollo desde la base, desde los sujetos concretos, de nuevas propuestas y demandas culturales” (RODRIGUEZ PRIETO y SECO MARTINEZ, 2007: 3). Los movimientos contrahegemónicos son luchas, colisiones, rupturas, en torno a la construcción del sentido, en torno a los conflictos inherentes a esta imposición de una forma de ver el mundo propia del bloque histórico dominante.

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Publicado por Santiago Izaguirre

Nací en octubre de 1991, en Rosario. Soy licenciado en Comunicación Social. En la tesis de grado: "Se escucha el clamor de un pueblo: la murga uruguaya como fenómeno comunicacional", analicé el fenómeno discursivo de la murga y el carnaval más largo del mundo. Trabajé en instituciones, medios de comunicación y equipos de gestión gubernamental. En 2019, publiqué mi primer libro "Hijo de sus obras" y grabé el podcast "Late".

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